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martes, 25 de noviembre de 2008

Carlos Pairetti y el Trueno Naranja.

Por la gravitación de sus victorias, porque fue el hombre más señalado a lo largo de la temporada, porque no sólo se limitó al Turismo de Carretera sino que decidió montarse en un monoposto (Destéfano–Chevrolet) y ganar las 500 Millas de Rafaela, porque evidenció una evolución realmente notable en su forma de manejar y mucho más en su forma de correr.

Por eso, muy pocos dudaron en algún momento en que el ’68 en Argentina se llamó Carlos Alberto Pairetti.

Con su sonrisa de siempre, con su simpatía permanente, con su pasta de ídolo, y esa mano en alto que es aplicado sinónimo de victoria en aquel ’68, que además de todo eso, un hombre que se preocupó constantemente por su trabajo, el de corredor de autos.

El que trajo de la mano al "Nene" García Veiga y "Marito" García, quienes integraron en el ’70 el equipo de la Comisión Deportiva de General Motors, en lo que fue la mejor categoría del automovilismo argentino, el Sport Prototipo.

Se subió en el Trueno Naranja, todas las veces que fue necesario, para probar algún detalle nuevo, alguna innovación progresista.

Estuvo en los lugares de carrera siempre con la anticipación necesaria como para analizar medulosamente las ventajas y desventajas del circuito, los pro y los contra, que allí podría tener, para transmitirle a su equipo de preparadores en los ajustes necesarios para su auto.

Y además de todo demostró a muchos que dudaban que su manejo era lo suficientemente dócil y maleable como para adaptarse a un auto que exige fineza en la conducción y exquisitez en las maniobras.

Por eso manejó el Trueno con soltura desde su debut en el autódromo de Buenos Aires.

Era el hombre capaz de desatar una euforia superior a cualquiera entre el público del automovilismo, considerado como el piloto más aplaudido y más saludado desde cualquier tribuna del autódromo.

En aquel 1968, Carlos Pairetti se dio el gran gusto de ganar por primera vez en el autódromo de Buenos Aires, en donde antes no había podido ganar, más su pupilo el "Nene" García Veiga el día que corrió con el Trueno, ante la ausencia de Pairetti en el trazado capitalino, en donde el joven, de Arrecifes también, ganó su serie, y punteó la final, hasta su abandono, para inmensa alegría de su padrino.

Pairetti, así como confesaba que le gustaban muchos los circuitos veloces que los trabados, alguna vez había dicho de su gran predilección por los circuitos carreteros y mixtos, esos que entre asfalto y tierra daban la gran posibilidad de andar fuerte.

Cuando estuvo corriendo en Europa, en la Fórmula 3, en la temporada de 1966 lo apodaron Il mato.

Tal vez demasiado severos, los italianos advirtieron en Pairetti a un gran piloto, que en realidad tuvo el automovilismo argentino.

De todos modos, ni el mismo Carlos se hizo grandes problemas por todo eso, y no ignoraba que su locura estaba perfectamente dominada por su cerebro, por sus razonamientos y decisiones.

El color naranja

“El trueno naranja fue el primer coche de carreras en serio que yo manejé”, comentaba en aquel 1968 Carlos Alberto Pairetti sobre aquel mítico auto de competición que le diera el Campeonato de TC hace 40 años.

Aquel 24 de noviembre, en el autódromo de la ciudad de Buenos Aires, el Trueno Naranja revolucionó el Turismo Carretera por su soberbio andar y su curioso color. Este auto estaba bien concebido.

La atención corría por cuenta de los mecánicos de General Motors, entre ellos Jorge Pedersoli.

Todos se preguntaban por entonces, cuando apareció este auto ¿por qué naranja? El asunto fue así.

Horacio Stevens, el constructor del auto, y Carlos Pairetti el piloto, habían hablado varias veces sobre que color tendría el prototipo, pero no llegaban a un acuerdo.

Una tarde hojeando algunas revistas americanas de autos de competición quedaron asombrados por los autos pintados con varios colores y raros dibujos.

Sin pensarlo decidieron hacer una mezcla con el negro, amarillo, rojo y blanco. Salió entonces el color naranja.

Lo curioso fue que no se acordaban las cantidades de pintura que habían puesto para obtener ese color.

FUENTE: ALBERTO ZAPATA (EL DIARIO DE PARANÁ).

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